«Sweet and Sexy» de Néstor Taboada Terán

15Abr10

Vestido de frac, con unos negros faldones largos, como Mandrake el Mago, anunció que el boliche ingresaba a una nueva etapa. Fundado con el nombre El Chorizo Alegre, por razones de servicio cambió por El Despiplume y después El Ciervo. Tantos éxitos acumuló que sus asistentes consuetudinarios influyeron en la instalación – por las inmediaciones – de cigarrerías y hoteles – alojamiento con parqueo gratuito. Por ejemplo, El Taca Taca con ciento sesenta apartamentos, dieciocho pisos, cinco ascensores, suites especiales, música y aire acondicionado. Ahora que se vive en una época de confrontaciones históricas y buscamos las raíces de lo nuestro en la mitología, el folklore, la etnología, la lingüística y otras hierbas, hemos visto oportuno llamarlo Peña Folklórica Machu Picchu. Y del público surgió la voz de un inoportuno: Don Capando, ¿por qué no lo llama mejor Pichu de Macho? Una carcajada general, irrespetuosa y categórica saludó la sugerencia. Sonrió el indulgente propietario, movió la cabeza y siguió diciendo tal nombre, desde luego, no asume los espúreos rasgos de un ranking, el esmirriado rostro de un certamen o una competencia, ofreceremos espectáculos de calidad porque ustedes se lo merecen todo. Para conducir el programa contamos con la colaboración de Mapuche, el indio orgulloso de su destino de raza. ¿Mapu?, llamó batiendo palmas. Cubierto con un poncho largo y negro apareció un mestizo espigado. Sonriente saltó al estrado y levantó los brazos como un Nicolino victorioso. Este indio es bien piola, opinó alguien. Gozaba de popularidad en el ambiente de los clubes nocturnos. Tengo la sobriedad de la llama  y la altivez de los cóndores, decía.

De rodillas, prosternado, besó el suelo: saludaba a la Pachamama de los aborígenes. Los contextos son diferentes en el macrocosmos, explicó, América es de los indios y no de los conquistadores europeos y en esta hora de reparación de oprobios vuelve a ser de los mapuches, de los pieles rojas, de los aymaraes, de los quichuas, de los siboneyes, de los aztecas y de los mayas. Y anunció la actuación del conjunto Carperos de Cañada Rosquín. Con sus guitarras desplegadas  se acomodaron media docena de jóvenes menuditos, morochos, de trajes marrones y camisas amarillas y corbatas de rojo encendido.

Las penas y las vaquitas

se van por la misma senda.

Las penas son de nosotros

las vaquitas de Anchorena…

Ceremoniosos, los Carperos dieron la buena – noche y contaron anécdotas que causaban hilaridad. Concluyeron interpretando zambas mientras el público bebía vino en vasijas de barro y arcilla. Premiados con aplausos entusiastas cedieron el escenario al Chango Bermudés, quién explicó que venía de un pueblo muy lejano, Las Petacas, perdido en las quebradas de Humahuaca. Hijo de indio en instancias increíbles, trabó relación con artistas tarijeños, desterrados por falta de oportunidades o persecuciones de sus caudillos, que les enseñaron a tocar erke y charango. Mostró el prodigioso instrumento fabricado con la caparazón del quirquincho que en otras latitudes es armadillo o/y tatú. Para recordar territorios por la desaprensión del hombre les leería el poema que había compuesto últimamente – La Llama – inspirado en la belleza telúrica de su comarca. Inalterable, por la tierra avara del altiplano, luce la mesura / de su indolente paso y su apostura, / la sobria compañera del aymara. / Parece, cuando lánguida se para / y mira la aridez de la llanura, que en sus grandes pupilas la amargura / del erial horizonte se estancara… Y acompañado del charango siguió recitando composiciones dolidas que hablaban de cerros majestuosos, habitantes melancólicos, ríos mermados y vientos furentes. Impactado el público, no descuidaba la comilona: huascha – locro, carbonada, tamales, humita, mamón, cayoto, quesillos. El hijo de Las Petacas terminó su diligencia interpretativa con cuecas y taquiraris del altiplano secreto. Mozo, escuchame una cosa ¿tenés pollito al curry o riñoncitos al champignon? ¿ y ravioles de ricota con salsa mixta? El quinteto Estrellas de Gallareta era muy ducho. Uno de los componentes cantaba con tono agudo, sutil, penetrante. Es el estilo de Jaramillo, ¿vió?, dijo alguien. Que va, en vez de tener huevos de pájaro bitongo éste tiene ovarios de gallina embarazada, respondió mordaz una escritora inédita y solterona. La acompañaban un poeta boliviano que aprendía el duro oficio del exilio y una turista norteamericana aún no concientizada. ¿Cómo te llamás vos? What, yo no entendi. Digo nombre, boluda, naim. ¡Ah, Ginevra King! Había llegado al país con el loco embeleso de ver gauchos auténticos. Hombres – de – laburo, rudos y musculosos, que partían los terrones de tierra para labrar la grandeza del futuro en azarosas batallas ganadas al indio. Y con el negro francés – descendiente de mozambiques – que le servía de cicerone, aún no había encontrado gauchos en los night – clubs. Quiero yo folkways, decía.

Usos, ritos, creencias, técnica, locuciones. El público pedía una y otra composición. ¡Por qué te quiero tanto! ¡La nave del olvido! ¡Yo tengo fe! Y el capo del quinteto respondía pidan, pidan, que nosotros cantamos lo que queremos. Saludó Mapuche el arribo del Colla Bartoletti. Vivimos revolcaos en un en un merengue, / y en un mismo lodo manoseaos… / Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho o traidor… / Ignorante, sabio, chorro, / generoso o estafador… Se desbordó con sus relatos jacarandosos. Dos mujeres, una gorda y otra flaca, caminaban rápidamente por la capital, ranranrán por acá  y ranranrán por allá hasta que la flaca le dijo: Pochita, escuchame una cosa, ¿no sentís olor a pelo quemado? Un aplauso fervoroso festejó el chiste del Colla. Ahora les brindaré, como último número, la censura escalonada en sus imprevistas dimensiones: Ay, señor, así no se puede vivir. Ay, señor, así no se puede. Ay, señor, así no se. Ay, señor, así no. Ay, señor, así. Ay, señor. Ay. ¡El trío Batucada da Favela Cariocal, anunció tonante Mapuche. Sí, señores, negros importados del País de la Banana. Y los muchachos de color aparecieron al compás de sus tambores golpeados y antes de comenzar su rumbosa actuación obsequiaron –pela vocés– diminutos pandeiros para ahuyentar a los malos e – coitadinhos– espíritus.  A Peña? Esta mesmo uma maravilha. Falaremos a resperto en ocasião mais oportuna. Sendo asim, devo chamar sua culta atenção, uma vez mais, para o fato de que será necessário  ter en nos uma perfeita confiança, se é que deseja ver realizada alguna coisa em seu favor. Estamos entendidus? El conjunto Los Wiracochas. Jovenzuelos del norte –cabecitas negras – dotados de voces generosas habían realizado por Europa una jira exitosa llevando la música altiplánica como expresión profundamente latinoamericana. Acompañados de muchachas atractivas –los mejores glúteos del mundo, a decir del poeta del exilio – visitaban diplomáticos de países hermanos. Cantarían aquella zamba de Castilla y Cuchi Leguizamón dedicada al cantinero de Salta, que moraba entre San Martín y Canal, con un sauce llorón en la puerta.

A orillitas del Canal

cuando llega a la mañana

sale cantando la luna

desde lo de Balderrama…

Y de súbito, con estrépito desusado, cinco enmascarados irrumpieron y cerrando tras ellos las puertas de la Peña Folklórica. ¡Se acabó la joda! Cortado de raíz  el hilo del regocijo, uno de los atracadores se encaramó al tablado y a empellones echó a Los Wiracochas, quienes no atinaron a comprender lo que acontecía. Cuando Mapuche intentó tomar los micrófonos para hablar, de un puntapié fue despedido hasta el centro del salón. Y anunció que se trataba de un operativo. ¡Mientras ustedes, burgueses insaciables, burócratas satisfechos, se dan al morfi y al chupi hasta reventar, los habitantes de las Villas sufren hambre y frío! Entusiasmadas algunas personas – principalmente jóvenes – quisieron escalar la tarima para identificarse con el operativo como colaboracionistas, pero agradeció el gesto idealista  diciendo que trabajaban solos y no mal acompañados. ¡Se ruega a las damas gorilonas depositar aquí las joyas de las que son portadoras y a los caballeros gorilones la guita, toda la guita que cargan! ¡Tienen que evitarnos la violencia de quitárselos! Rodeados, hombres y mujeres no atinaron más que a desprenderse de sus tesoros. Los que lo hacían de buen grado –fanfas– como solidarios con el operativo, cambiaron de semblante cuando dijeron ahora las pilchas. ¡Saltó la podrida!  Los señores sonreían. ¿Vió?, así no más es. ¿Vió? Y los hombres se desprendieron de sus chaquetas y las mujeres de sus polleras, los hombres de sus camisas y las mujeres de sus pullovers, los hombres de sus camisetas y las mujeres de sus sostenes… ¡Apresurarse ya mismo, burgueses insaciables y burócratas satisfechos! ¿Y los zapatos, señor ilegal? ¡Todo, todo! Y nadie pudo decir me las pico.

En las Villas hay gente que no tiene un par de zapatos para ir en busca de laburo… Presa de los nervios, Ginevra King reía y el negro francés de origen mozambique temblando le decía para consolarla indian show, indian Show… ¿No falta más nadie? Con las manos desplegadas mujeres y hombres cubrían sus partes pudendas. Qué turro que sos. Sonreían con amarga ironía los desnudos diplomáticos de países hermanos. Cuando pase el bochinche, prometían a los mejores glúteos del mundo, presentaremos una enérgica protesta. En brazos de sus novios algunas jóvenes sollozaban. No llores, nena tirales un pedo. ¡Ah, maullantes gatitas que tratan de enternecer la fiesta! Uno de los asaltantes fijó su atención en la rubia que debía tener más de quince y menos de veinte. ¿Sos virgen?, comiéndosela  con los ojos. Y ella temblando esbozó un gesto de asentimiento. Bien, vení vos. Tomándola del brazo la condujo hasta la tarima. ¡Mapuche, tendé tu poncho aquí! Y vos nena, al suelo, como hizo el indio para saludar a la Pachamama. Y el bandido comenzó a desnudarse lentamente, como si se tratara de un espectáculo de strip-tease, luego de ropas sólo tenía la máscara que le cubría el rostro. La mata el bárbaro, dijo alguien. ¡Silencio o los cargo a tiros!, advirtió procaz el atracador que vigilaba. Como cabras no, balbuceó apenas la Ninfa amenazada por el Adonis. Y a un indiferente se le cayó de la boca la empanada tucumana. No tenés nada que temer, esto no es un estupro.

Expectativa general, silencio absoluto. Bien, ahora abrite, nena. Y las súplicas inútiles no-no. Clavada sobre su propia sombra se mordió los labios soportando la agresión. La acometida. O grande barulho, incrivil violéncia de loura sendo violentada. A forca por meio da alegria… Lentamente las luces fueron muriendo y solo dos demudados reflectores – rojo y amarillo– coincidían sobre la escena: el hombre golpeando tenazmente con el hueso de la pelvis y la heroína retorciéndose de espanto como si hubiera perdido la razón. Mordeme. Gritá. Insultame. Gemí. Matame. Y la resistencia de límites definitivos. Flotando entre jadeos, como una libélula acabó rindiéndose. Ah, decía el público en las últimas contorsiones de la honda, sin aliento para seguir la huella. Resollando aún el agresor se levantó de un salto – con el sexo flojo, cubierto de arrugas, como una asustada longaniza – y vistiéndose con la misma parsimonia con la que se había desnudado se integró de nuevo a la cuadrilla de delincuentes. Y desaparecieron por la puerta de servicio llevándose las joyas, los dineros y las ropas del público. Claro, ahora el espiche. Había terminado el operativo. ¡Qué broma del carajo! De inmediato, con el poncho largo y negro que estaba tirado, Mapuche cubrió la desnudez de la rubia sentada en el estrado del escenario, ocultando el rostro entre las manos, aún con el olor a violación. La trasladó a las oficinas del boliche. Por favor, den paso a la nena. Indignados los señorones comenzaron a dejar escuchar sus protestas. ¡Qué descaro y hay boludos que todavía aplauden! La animada diversión había tenido un impresionante desenlace. Y ella se dejó a gusto.

¡Qué huevos de esa tipa! Se encendieron todas las luces y apareció Capanno, siempre con su frac de Mandrake el Mago. Y risueño – increíblemente risueño – dijo que el programa aún no había concluido, se les encarecía ocupar sus sillas. ¡Ahora, damas y caballeros, tengo la grata satisfacción y el altísimo honor de presentar al conjunto Los Muchachos de Montparnasse llegados recientemente desde la Ciudad Luz, París de Francia, como artistas exclusivos de la Peña Folklórica Machu Picchu! Y acto seguido aparecieron uno por uno los asaltantes y la joven vejada.

¡Los Muchachos de Montparnasse tienen una extraordinaria potencia de tiro de sus baterías  en la cruda mirada sobre un momento irreversible de la realidad! Y cuya hombría de bien y coraje artístico indiscutido, con el acoplamiento escénico, les otorga el aval en lo que atañe a sus valores coherentes e intrínsecos. Y de ahí que aprovechamos para reiterar nuestras normas, al lado del Martín Fierro, de cuya estatura existencial nadie puede dudar y que dijera: No me hago al lao de la gueya / aunque venga degollando. / Con los blandos yo soy blando / y soy duro con los duros. / Y ninguno en un apuro / me ha visto titubeando. Y con ustedes ahora el ejecutante Rasquetti, director de los Muchachos. Riendo agradeció Rasquetti en nombre de los artistas la gentileza y fina atención del público, que se había comportado magníficamente bien en la escenificación de una comedia que requiere colaboración por el realismo del asunto. Asunto que está a horcajadas entre la civilización y la barbarie, prosiguió, mejor entre la coerción y la redención, entre el miedo y la euforia.  Con la sublimación de la entrega total nosotros proclamamos un auténtico libre albedrío, con todas sus connotaciones atingentes. Y este atrevido mensaje que llevamos por el mundo, desmantelando esquemas y prejuicios acumulados por siglos de oscurantismos, es la toma de conciencia de un ensueño despierto en que las angustias y tensiones neuróticas se aplacan con el contacto que hacemos con la realidad real. Somos enemigos de las fobias, las depresiones y las angustias del mundo del stablishment…

Aparecieron las ropas, también las joyas y comenzaron a devolver a sus legítimos dueños. El dinero no se restituirá, dijo la rubia, caballito-del-diablo, con el rostro más blanco que la cera, porque será para la cantina. Se acabó el julepe, dijo el poeta del exilio limpiándose los bigotes. Señores, desde este momento, por el bien de todos, hay canilla libre. ¡Y beberemos y bailaremos hasta la madrugada! Arrebatados y frenéticos  aplaudieron todos de pie, unánimes. ¡Flor de mina! Y los Muchachos de Montparnasse con severas inclinaciones de cabeza y gestos reverentes terminaron batiendo las palmas. ¡Qué artistas, por Dios! ¡Sensacional! Y fue el delirio feliz. ¡Genial, divino! ¡Estoy que me cago de la risa! ¡Qué originalidad! ¡Y yo que puteaba de puro boludo! ¡Qué autenticidad! ¡Dieron cátedra a pesar de las escasas dimensiones de la pista! O homen nao conseguirá libertar-se dos seus complexos, decían los negros de la Batucada da Favela, encuanto nao destruir as cadeias que o ligam ao pasado, abandonando o desejo-magia e o coracao-magia, que deve acolher em seu seio os filhos desgarrados, protegendo-os contra tudos os perigos da existéncia… ¡ Qué maravilla ha sido un éxito clamoroso! ¡Son actores consumados, qué París ni qué París!, sonreían dichosos los diplomáticos de los países hermanos. Beautiful, opinó Ginevra King, sweet and sexy, mientras que la escritora solterona e inédita decía que eran pobres locos insatisfechos. Y ahora distinguido público, anunció Mapuche, otra vez con nosotros, el conjunto de Los Wiracochas para concluir con la zamba de Castilla y Cuchi Leguizamón. Sonrieron los cabecitas-negras y con sus voces generosas que poseían la reciedumbre y el estilo mágico de los pioneros de la canción folklórica, abrieron la tercera parte del programa de la Peña Machu Picchu.

Lucero, solito, brotes del alba,

dónde iremos a parar

si se acaba Balderrama

Dónde iremos a parar

si se acaba Balderrama…



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